A los doce años, cuando James Joyce escribía largas cartas repletas de aliento poético, Ryszard Kapuscinski perseguía vacas y no había leído un solo libro.
Crecido bajo las guerras mundiales del siglo pasado, en una Polonia atormentada por sus vecinos imperiales, las prioridades del adolescente Kapuscinski tenían más que ver con el calzado que con la literatura.
“Durante toda la guerra soñé con un par de zapatos. Tener zapatos. ¿Pero cómo conseguirlos?, ¿Qué se debe hacer para lograr un par de zapatos? El zapato endeble y roto era señal de humillación, estigma de un ser humano al que había arrebatado toda su dignidad, condenándolo a una existencia infrahumana. Tener botas significaba ser fuerte e, incluso, simplemente, ser”,
DIEGO OSORNO