
Hay fotografías que por su testimonio, se quedan clavadas en la memoria, algunos las preferirían con sonido y movimiento, pero la fotografía permite al espectador inventar escenarios, claro está, no valiéndose sólo de su arbitrio sino además de la guía que el fotógrafo otorga.
Tenemos películas, tenemos increíbles novelas, tenemos grandiosos discos, hemos tenido preciosas amantes, fiestas inacabables, pero de ellas, de todas ellas al final seleccionamos una imagen y ella estructura todos los recuerdos que de ahí emanan, acuérdense por ejemplo de su última discusión fuerte, lo primero que se viene a la mente es una imagen congelada: ella gritando, la botella cayendo, el puño alzado, el llanto asomándose. Después, reconstruimos un pequeño pedazo a partir de esa imagen con la consigna de que sea siempre hacia adelante, con esa construcción podemos jugar y atrasar o adelantar los recuerdos, como si tuviéramos un control a distancia, pero estos recuerdos borrados por el tiempo y sólo quedan los nombres, pero de ellos hablaré después.
Las imágenes se quedan tatuadas en la mente, nos recuerdan y nos remontan, nos dan mayor sensibilidad que casi cualquier otro medio, nuestras casas tienen más fotos que videos: los quince años, los tres, el bautismo, la boda etcétera.
Casi siempre nos referimos a la fotografía como un objeto artístico perteneciente a la familia de las Bellas Artes, pero olvidamos que también es un registro visual de un acontecimiento desarrollado en un lugar y en un tiempo especifico e irrepetible, Emilio Luís Lara propone que es importante comenzar a pensar en términos de hacer historia con fotografía y nos sólo historia de la fotografía.
Con esto no se coquetea en ningún momento con quitarle el sentido artístico a la fotografía, sino que por el contrario, lejos de quitarle la idea es otorgarle un nuevo sentido, no sólo ensalza la realidad haciéndola bella o ridícula, sino que además documenta históricamente.
Susan Sontag (1981) destacará el papel documentalista de los fotógrafos norteamericanos del último decenio del XIX, pues éstos, alimentados por la moral característica de las clases medias, fotografiaban las clases marginales de los suburbios, con el aparente fin de obtener unos documentos humanitarios: concienciar a la población de la existencia de bolsas de marginalidad para favorecer, mediante la acción de la caridad, a esos seres humanos; pero también, esas barriadas marginales, que mostrarán las duras condiciones de vida de los obreros, eran asimismo decorados formidables desde un punto de vista estético.
Los niños fueron empleados en la industria textil, en las minas, en la industria siderúrgica

El cartismo y el ludismo.
