Efectivamente, este día mi cabeza está hecha un mar de porquerías, por mi mente pasa la tipificación de Schutz, los gorros de bender, una cerveza fría y vicentico. A nada le pongo atención porque nada es suficientemente interesante para poderme centrar en eso. Cierro los libros, me quito los audífonos, escucho gente cantar, mudos, sordos, como en sordina, están cantando para ellos pero yo los escucho. Ven sus monitores, les encanta su tesis, y cantan. Cantan en inglés y en español, cantan para adentro como si supieran que los oigo.
Ayer me senté a ver la tele: tabú latinoamérica, pasan opiniones de sociólogos y psicólogos, las dos me parecen interesantes pero no reveladoras, son, digamos, prescindibles.
Hoy tomé café cortado, mi favorito. Lo hice rápido, no tenía ganas de otra cosa que no fuera huir, llegar a casa, donde por cierto no estoy, y prender la tele. El camión sale a las cinco, hay que irse yendo, habrá q comprar un bolillo y esperar a que den las siete.
Nadie me ha hablado, seguro nadie se dio cuenta de mi ausencia. tengo una llamada de Alemania, falsa seguramente, el mensaje de voz habla el muro y de que se acuerdan de mi, si fuera cierto sonreiría, pero no lo es, es otra farsa.
Yo tengo mi muro, pienso, y me asomo por la ventana y se ve a lo lejos, una diminuta línea, al rato me asomo, llevo a babas. quiero orinar ese muro pero de aquel lado, miarme desde San Diego, pero en San Diego el muro está lejos, acá en TJ está al lado, si vivimos con el muro.
Estoy convencido que los gringos tampoco saben de su existencia. Hablarme para ponerme a pensar en muros, bueno tiene sentido, objetos de separación: lo tuyo de ese lado, lo mio de este otro. El espacio que ocupa la línea, digamos el que compartimos, soslayado.
Vienen alas y cerveza, al menos algo está bien
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