martes, 27 de mayo de 2014

Miguelito´s Adiction

Conocí a Paco P. en el grupo de autoayuda y control de adicciones al que ambos asistíamos, he de confesar que debido a lo tétrico de las reuniones y al pésimo café que servían sólo fui a una sesión. Paco P. es un exitoso ingeniero que maneja un auto negro, en esa reunión conocí también a un gimnasta con una maestría en física que me pareció más interesante que Paco, quien dicho sea de paso, me preguntó si mi afiliación partidista era al PRI. Mal inicio, pensé.
                Hace tres días reencontré a paco, manejaba su familiar negro y estaba sentado junto a la sustancia que nos convocó en esa reunión, quise abrazarlo en un acto solidario, porque ambos parecíamos enganchados a lo mismo, aunque en diferentes niveles y con diferente acceso. Con fines ilustrativos el lector debe imaginar a la sustancia adictiva como una mujer enfundada en un vestido blanco.
                Efectivamente, paco y yo nos reconocimos, creo que existe una especie de pacto implícito y silencioso en todos los que alguna vez nos hemos dejado llevar la mujer del vestido blanco. He de confesar, que sólo una vez me entregué completo al goce de la sustancia. Fue en una marisquería la única vez que vi a mi cuerpo abandonar el plano terrenal, todo cambió, mi alma se salió del cuerpo, se convirtió en un narrador omnisciente y me veía disfrutar, colgar los brazos, gemir, acariciar, sentir, subir y bajar. Esto, pensé, debe ser experimentar la muerte o el nacimiento.
Los efectos duraron meses, babeaba como perro al dormir, soñaba mucho y muy alto, soñaba con embarazos y muertes, pasaba de lo más bajo a lo más sublime, vivía a punto del paroxismo, llegué a platicar con Rafael y a darme de golpes con un vagabundo. Herido de muerte, decidí que requería de esa mujer para vivir, casi dejo todo por seguirla, pensé en irme a cuba donde nadie la había probado y embriagarme todos los días frente al mar de la habana. Comprar una casa en guantanamo. Comer mamoncillos y fumar cigarros Criollos. Pasear en Santiago y decirle a mi droga, mira esto es igual a Jerez, la tierra de mi madre.
Luego del evento de la marisquería probé la droga con más recato, supe que de no tener cuidado terminaría vendiendo mí casa para seguirla a donde la consiguiera. La probé en mi casa, en la casa del dealer, en la playa. No la metí a mi cuerpo como en la marisquería, no igual, me la untaba, y la inhalaba, la fumaba, la besaba, la escuchaba cantar, la veía bañarse. Había generado un vínculo emocional, y en algún momento pensé que ella, recordemos que es una mujer de vestido blanco, sentía algo tan fuerte por mi como yo lo sentía por ella. Es más aseguro que así fue, nos necesitábamos, creo que nunca antes vio a alguien desprenderse de su corporeidad sólo por estar junto a ella, le fascinaba la idea de tener a un tipejo de mi calaña buscándola a cada minuto, y a mí, ay de mí, me encantaba consumirla en discretas dosis, en el oxxo antes de comprar las tortillas, en el camino a la escuela con un pequeño roce que duraba horas, en el teléfono la guardaba receloso, había quitado la tapa y la guardaba en una pequeña bolsa para que nadie la viera. Pero no, no era discreto, el mundo entero sabía de mi adicción, se veía en mis ojos negros, mis manos cansadas y mi felicidad extrema.
Paco P. me aseguró que había dejado de consumirla hacía años. El día del carro pasó algo que me significó más que nada en el mundo, me platicó que cuando cumpliera 35 años se casaría con la sustancia, lo dijo en serio. Su vida estaba articulada en función a tener contacto con esa hermosa mujer. Él, como sujeto, se había barrado, no existía más que para esperar el momento adecuado en que pudiera drogarse con la cosa más increíble que los dos hemos visto. Quise llorar, me sentí traicionado, se me hizo un nudo en la garganta, quise hacer alguna broma pero me quedé en blanco, lo mismo había pensado yo: diseñaré el momento perfecto para llevarla a mi casa, comprar un perro y consumirla y ser consumido todos los días de mi existencia hasta morir en mi propia baba. En realidad, esa idea no se ha ido de mi mente, me veo tirado en la cama leyendo una selección de cuentos de Amparo Dávila y ella a mi lado, rozándome, haciéndome valer.
El mismo día del encuentro con Paco quise correr donde el dealer y pedirle una dosis fuerte, no sé si la droga, que por cierto tiene voluntad propia, se hubiera ido conmigo. Estoy casi convencido de que por antigüedad se hubiera ido con paco, el caso es que no hice nada. Mejor así, me repito cada mañana, y a los diez minutos me descubro fumando y tomando café, cambiando las sensaciones de lo etéreo por las de los pies en el piso, clavados con estacas, recordándome que existe un sujeto que ya tiene pensados sus próximos 8 años y que ella, celosa y maravillosa como es, seguro nos deja a los dos esperando su retorno en un café junto a la playa.

Le diré adiós, sí, decidido. Me alejo para siempre, lo pienso por tercera vez.


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