Soñé que llegaba a la nueva casa cansado de la rutina. Soñé
que me regalaba un gorro que nunca me quitaba, uno que se encarnaba, que se
hacía parte de mi cuerpo. Mis tejidos lo absorbían, se mimetizaban, en el
estambre comenzaba a llenarse de bazos y poco a poco corría la sangre. El gorro
se adhería a mi cuerpo, o mejor dicho el gorro absorbía mi cuerpo. Depositario
de amores abandonados, el gorro tomaba vida, de pronto me sustituyó.
El gorro comenzó a tomar las decisiones, me llevaba para un
lado u otro y me hacía usar determinado tipo de pantalones, prefería los
amarillos y las botas cafés. Un día sin darme cuenta mi rutina era otra, me
despertaba con camisas blancas con cuello para ballenitas. Despertaba con delicadas
corbatas de seda. A mi lado siempre estaba Z, digamos que Z siempre está, me
acurrucaba, me dejaba ver como se pintaba las uñas, me permitía contarle
cuentos y hacerle entrevistas. Z se había enamorado de mi y yo de Z, pero el
gorro, depositario de amores abandonados, seguía creciendo. Fuimos a los
mejores hospitales, intentamos todo: me operaron, incluso hicimos caso de las
propuestas del Dr M y me habían metido a un escáner inmenso buscando la punta para
deshebrarme.
El 29 de Abril, el día que habíamos quedado de ir al Salón
Corona para comer tacos de chicharrón verde desperté y no supe que hacer, quise
moverme pero no podía, ningún tejido hizo caso, no me moví, en el espejo se
reflejaba un trapo gris, un gorro de bender…
1 comentario:
¿Viste por casualidad ese día "Ratatouille"?
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