Todas las máquinas son extensiones del cuerpo, la cuchara por ejemplo, sirve para extender la mano, para lograr cosas que los dedos no pueden lograr de manera tan fácil, las pinzas no son más que la aceptación de que con las manos no se puede apretar tanto como para dar seguridad, los zapatos extensión de los pies, extienden la piel que cubre los pies y hace que cada paso sea más cómodo, las máquinas perfeccionan lo que lo cultural no alcanza a entender, a la pintura le sigue la fotografía, a ésta las películas, después películas con sonido, luego con efectos, la idea es perpetuar algo que los sentidos no pueden, la fotografía, decía Octavio Paz “sirve para recordar lo que la memoria no puede”, pero no sólo lo recuerda, sino que lo reduce, lo plasma, la verdad, es que la fotografía con toda la polémica que esto pueda causar tiene poco o nada de objetiva, la imagen seleccionada es producto del arbitrio del fotógrafo, pero la imagen no sólo sirve para recordar sirve para documentar, para evidenciar, hemos visto cientos de minutos con niños llorando, nuestros padres los vieron de niños llorando, al menos los escucharon, pero nada sensibilizó más a la gente que una foto en tomada el 8 de Junio de 1972, donde una niña corre horrorizada después los arrojos accidentales sudvietnamitas de bombas de Napalm.
Hay fotografías que por su testimonio, se quedan clavadas en la memoria, algunos las preferirían con sonido y movimiento, pero la fotografía permite al espectador inventar escenarios, claro está, no valiéndose sólo de su arbitrio sino además de la guía que el fotógrafo otorga.
Tenemos películas, tenemos increíbles novelas, tenemos grandiosos discos, hemos tenido preciosas amantes, fiestas inacabables, pero de ellas, de todas ellas al final seleccionamos una imagen y ella estructura todos los recuerdos que de ahí emanan, acuérdense por ejemplo de su última discusión fuerte, lo primero que se viene a la mente es una imagen congelada: ella gritando, la botella cayendo, el puño alzado, el llanto asomándose. Después, reconstruimos un pequeño pedazo a partir de esa imagen con la consigna de que sea siempre hacia adelante, con esa construcción podemos jugar y atrasar o adelantar los recuerdos, como si tuviéramos un control a distancia, pero estos recuerdos borrados por el tiempo y sólo quedan los nombres, pero de ellos hablaré después.
Las imágenes se quedan tatuadas en la mente, nos recuerdan y nos remontan, nos dan mayor sensibilidad que casi cualquier otro medio, nuestras casas tienen más fotos que videos: los quince años, los tres, el bautismo, la boda etcétera.
Casi siempre nos referimos a la fotografía como un objeto artístico perteneciente a la familia de las Bellas Artes, pero olvidamos que también es un registro visual de un acontecimiento desarrollado en un lugar y en un tiempo especifico e irrepetible, Emilio Luís Lara propone que es importante comenzar a pensar en términos de hacer historia con fotografía y nos sólo historia de la fotografía.
Con esto no se coquetea en ningún momento con quitarle el sentido artístico a la fotografía, sino que por el contrario, lejos de quitarle la idea es otorgarle un nuevo sentido, no sólo ensalza la realidad haciéndola bella o ridícula, sino que además documenta históricamente.
Susan Sontag (1981) destacará el papel documentalista de los fotógrafos norteamericanos del último decenio del XIX, pues éstos, alimentados por la moral característica de las clases medias, fotografiaban las clases marginales de los suburbios, con el aparente fin de obtener unos documentos humanitarios: concienciar a la población de la existencia de bolsas de marginalidad para favorecer, mediante la acción de la caridad, a esos seres humanos; pero también, esas barriadas marginales, que mostrarán las duras condiciones de vida de los obreros, eran asimismo decorados formidables desde un punto de vista estético.
Los niños fueron empleados en la industria textil, en las minas, en la industria siderúrgica
El cartismo y el ludismo.
Hay fotografías que por su testimonio, se quedan clavadas en la memoria, algunos las preferirían con sonido y movimiento, pero la fotografía permite al espectador inventar escenarios, claro está, no valiéndose sólo de su arbitrio sino además de la guía que el fotógrafo otorga.
Tenemos películas, tenemos increíbles novelas, tenemos grandiosos discos, hemos tenido preciosas amantes, fiestas inacabables, pero de ellas, de todas ellas al final seleccionamos una imagen y ella estructura todos los recuerdos que de ahí emanan, acuérdense por ejemplo de su última discusión fuerte, lo primero que se viene a la mente es una imagen congelada: ella gritando, la botella cayendo, el puño alzado, el llanto asomándose. Después, reconstruimos un pequeño pedazo a partir de esa imagen con la consigna de que sea siempre hacia adelante, con esa construcción podemos jugar y atrasar o adelantar los recuerdos, como si tuviéramos un control a distancia, pero estos recuerdos borrados por el tiempo y sólo quedan los nombres, pero de ellos hablaré después.
Las imágenes se quedan tatuadas en la mente, nos recuerdan y nos remontan, nos dan mayor sensibilidad que casi cualquier otro medio, nuestras casas tienen más fotos que videos: los quince años, los tres, el bautismo, la boda etcétera.
Casi siempre nos referimos a la fotografía como un objeto artístico perteneciente a la familia de las Bellas Artes, pero olvidamos que también es un registro visual de un acontecimiento desarrollado en un lugar y en un tiempo especifico e irrepetible, Emilio Luís Lara propone que es importante comenzar a pensar en términos de hacer historia con fotografía y nos sólo historia de la fotografía.
Con esto no se coquetea en ningún momento con quitarle el sentido artístico a la fotografía, sino que por el contrario, lejos de quitarle la idea es otorgarle un nuevo sentido, no sólo ensalza la realidad haciéndola bella o ridícula, sino que además documenta históricamente.
Susan Sontag (1981) destacará el papel documentalista de los fotógrafos norteamericanos del último decenio del XIX, pues éstos, alimentados por la moral característica de las clases medias, fotografiaban las clases marginales de los suburbios, con el aparente fin de obtener unos documentos humanitarios: concienciar a la población de la existencia de bolsas de marginalidad para favorecer, mediante la acción de la caridad, a esos seres humanos; pero también, esas barriadas marginales, que mostrarán las duras condiciones de vida de los obreros, eran asimismo decorados formidables desde un punto de vista estético.
Los niños fueron empleados en la industria textil, en las minas, en la industria siderúrgica
El cartismo y el ludismo.
2 comentarios:
Bien dicen que una imagen vale más que mil palabras...
Me da muchísimo gusto saber que nuevamente estas escribiendo, pero esta vez te puedo encontrar cuando haga clik en mi computadora. Siempre me ha gustado lo que escribes, además es bueno contar con un espacio donde puedas expresar tus ideas. Ojalá que lleguen más personas a ver tu blog, por que en verdad es muy especial. Me encanta que siempre te caracterizas por dar ese toque teórico a tus artículos, ya que los haces más interesentes y sobre todo enriquecedores. SUERTE EN TU NUEVA EXPERIENCIA!!!!!!!!!!!!!!
ATTE: CUQUITA
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